El pensamiento crítico en la economía política de la comunicación: Una propuesta no dogmática

Critical thinking in political economy of communication: A non-dogmatic proposal

Pensamento crítico em Economia política da comunicação: Uma proposta não dogmática

 

Enrique Ernesto SÁNCHEZ RUIZ
México

Universidad de Guadalajara
enrique.sruiz@academicos.udg.mx

Chasqui. Revista Latinoamericana de Comunicación

N.º 150, agosto - noviembre 2022 (Sección Monográfico, pp. 63-78)

ISSN 1390-1079 / e-ISSN 1390-924X

Ecuador: CIESPAL
Recibido: 06-03-2022 / Aprobado: 11-08-2022 / Publicado: 21-08-2022

 

Resumen

A “crítica social” nos ajuda a avaliar o positivo ou o negativo na sociedade, tanto para indivíduos quanto para grupos, classes ou outros agregados. Essa “crítica social” pode nos ajudar a apontar problemas, conflitos ou contradições sociais, a eventualmente propor mudanças, soluções ou soluções. Em geral, a utopia e a ideologia são componentes praticamente inescapáveis das ciências sociais, no ponto de partida, embora o rigor teórico e metodológico e a ética científica possam ajudar a compensar a atitude avaliativa que se pode ter no início. Em primeiro lugar, deixe perguntas, não certezas anteriores, guiar a pesquisa. É necessário exercitar a honestidade intelectual, a autocrítica, a autopertenividade, a vigilância epistemológica. Há então dois sentidos principais em que a ciência social crítica latino-americana é entendida: por um lado, o que chamamos de “crítica social”, em que a partir da historicidade do objeto de estudo e abordagens enriquecidas com uma abordagem histórica, a partir de uma rigorosa pesquisa empírica é capaz de mostrar os obstáculos e contradições que impedem o desenvolvimento pleno dos sujeitos sociais e humanos. Por outro lado, no sentido filosófico e original da crítica como o amplo e profundo conhecimento de autores e textos, enriquecido ao mesmo tempo com o significado mais moderno que leva em conta as condições históricas e materiais de produção de tais textos.

Palabras clave: Paulo Freire, comunicación, epistemología, América Latina

Abstract

“Social criticism” helps us to evaluate the positive or the negative in society, both for individuals and for groups, classes or other aggregates. This “social criticism” can help us to point out problems, conflicts or social contradictions, to eventually propose changes, solutions or solutions. Ingeneral, utopia and ideology are practically inescapable components of the social sciences, at the starting point, although theoretical and methodological rigor and scientific ethics can help to compensate for the evaluative attitude that one might hold in the beginning. First of all, let questions, not prior certainties, guide the research. It is necessary to exercise intellectual honesty, self-criticism, self-reflexivity, epistemological vigilance. There are then two main senses in which Latin American critical social science is understood: on the one hand, what we have called “social criticism”, in which starting from the historicity of the object of study and approaches enriched with a historical approach, from rigorous empirical research is able to show the obstacles and contradictions that prevent the fullest development of social and human subjects. On the other hand, in the philosophical, original sense of criticism as the broad and deep knowledge of authors and texts, enriched at the same time with the most modern meaning that takes into account the historical, material conditions of production of such texts.

Keywords: Paulo Freire, communication, epistemology, Latin America

Resumo

La “crítica social” nos auxilia para evaluar lo positivo o lo negativo en la sociedad, tanto para individuos como para grupos, clases u otros agregados. Esta “crítica social” nos puede auxiliar para señalar problemas, conflictos o contradicciones sociales, para eventualmente proponer cambios, soluciones o salidas. En general, la utopía y la ideología son componentes prácticamente ineludibles de las ciencias sociales, en el punto de partida, aunque el rigor teórico y metodológico y una ética científica puedan ayudar a compensar la actitud valorativa que podría ostentar uno en un principio. En primer lugar, hay que dejar que sean preguntas, no certezas previas, las que guíen la investigación. Se necesita ejercer honestidad intelectual, autocrítica, autorreflexividad, vigilancia epistemológica. Son entonces dos los principales sentidos en los que se entiende la ciencia social crítica latinoamericana: por un lado, lo que hemos denominado “crítica social”, en la que partiendo de la historicidad del objeto de estudio y de enfoques enriquecidos con una aproximación histórica, a partir de la investigación empírica rigurosa se es capaz de mostrar los obstáculos y las contradicciones que impiden el desarrollo más pleno de los sujetos sociales y humanos. Por otro lado, en el sentido filosófico, original, de crítica como el conocimiento amplio y profundo de autores y textos, enriquecido a la vez con la acepción más moderna que toma en cuenta las condiciones históricas, materiales, de producción de tales textos.

Palavras-chave: Paulo Freire, comunicação, epistemologia, América Latina

 

En mi trayectoria como investigador en el campo de estudios de los medios de comunicación, desde las ciencias sociales, he seguido firmemente una directiva sugerida por el gran científico y epistemólogo Jean Piaget, en el sentido de la realización constante de investigación empírica, para con alguna frecuencia hacer un alto en el camino, con el fin de realizar ejercicios de autorreflexión (Piaget, 1973). Estos pueden consistir en un trabajo de teorización o de autocrítica, ya sea con respecto al nivel individual, o al de la comunidad académica a la que pertenece uno; o simplemente hacer un recuento biográfico-histórico de lo hecho en algún periodo, o una mezcla de ellos, aunque siempre, en mi caso, intentando ser lo menos autocomplaciente posible. Suelo escribir lo que pienso, y porque suelo no ser demasiado indulgente, en alguna ocasión, algún colega se ha alejado un poco de mí, ante mis observaciones críticas, ya que los latinos no solemos ser demasiado propensos ni tolerantes al debate. Sin embargo, el carácter crítico de nuestras ciencias sociales latinoamericanas ha constituido en ciertos momentos de la historia reciente (una buena parte del siglo XX, por ejemplo) una importante fuente de orgullo para quienes las ejercíamos. En las ciencias sociales y humanas es imposible deslindarse completamente de las posiciones, los intereses, los debates políticos. Siempre está por ahí en el trasfondo la imagen que tenemos de la “buena sociedad”. No obstante, hay formas de contrarrestar (relativamente) el peso de las posturas ideológicas en el investigador. He comenzado algunos trabajos, por ejemplo, uno sobre estudios del desarrollo (Sánchez Ruiz, 1986) y otro sobre el tema de los medios y la democracia (Sánchez Ruiz, 2005a), haciendo la aclaración de que hay asuntos de las ciencias sociales —como estos mismos, el desarrollo y la democracia—, en los que no se puede prescindir de la “opinión” del investigador sobre lo que constituye la “buena sociedad”. En general, la utopía y la ideología son componentes prácticamente ineludibles de las ciencias sociales, en el punto de partida, aunque el rigor teórico y metodológico y una ética científica ayudan a compensar la actitud valorativa que pueda uno ostentar en un principio. En primer lugar, hay que dejar que sean preguntas, no certezas previas, las que guíen la investigación. Se necesita ejercer honestidad intelectual, autocrítica, autorreflexividad (vigilancia epistemológica). Es menester conocer y ejercer rigurosamente técnicas de investigación, lógica(s), métodos. Considero que la creencia de que se puede ser un científico social ideológicamente “aséptico”, es una quimera (Bourdieu et al., 1975). Pero también deslindo mi quehacer como analista social del de algún tipo de “prédica” de verdades eternas y puntos de vista absolutos, esenciales o totales.

Cuando estudiaba la licenciatura descubrí, junto con la crítica literaria, la crítica social e histórica: un profesor jesuita, llamado Raúl Mora, me inició en esta faena, que nunca he abandonado. La carrera de Ciencias de la Comunicación, junto con mis búsquedas personales, me acercaron al pensamiento crítico y a las ciencias sociales, a la historia, al arte, a la filosofía. Casi al final de mi licenciatura, descubrí la teoría marxista (en los tiempos de predominio del estructuralismo althusseriano) y un profesor alemán me acercó a un cierto enfoque “cientificista” que implicaba a la teoría de sistemas y la cibernética, la semiótica y otros acercamientos a la comunicación y a la información, desde varias ópticas teóricas.

En esos tiempos comencé a caer en la cuenta de que, ante la complejidad de los procesos comunicativos y sociales, no había un solo autor, o una sola teoría, o un solo enfoque, que me proporcionaría todo el entendimiento comunicativo, o social. Fui desarrollando una tendencia personal a no caer en polaridades y maniqueísmos, así que, aunque por ejemplo me influyó mucho la teoría marxista, no dejé de leer, discutir y aprender de otros puntos de vista. Haber realizado mis estudios de posgrado en Estados Unidos, por razones biográficas dadas un tanto al azar, me ayudó a mantener la convicción de que no existe, ni tiene por qué prevalecer, alguna “pureza epistemológica” que algunos colegas pretendieron sustentar desde algún punto de vista dogmático (alguna versión casi religiosa del materialismo histórico, por ejemplo). He descubierto al cabo de los años del ejercicio investigativo y de las discusiones racionales, que puede ser más enriquecedor un marco que consista en apropiaciones críticas y selectivas de diversas teorías, modelos y métodos. En este sentido, creo en lo que he dado en llamar “síntesis creativas”, que no parten de la separación estéril (o esto o lo otro), sino de lo que podría considerarse un “eclecticismo crítico”, que se apropia y apropia (hace propio y hace apropiado). Un ejemplo sería el caso de las actitudes maniqueas predominantes en los años 90 del siglo pasado, con respecto a lo que llamaban el “paradigma cualitativo”, que rechazaban a ultranza las estadísticas y demás técnicas cuantitativas, y que finalmente han cedido el terreno a que las técnicas de investigación que se utilicen sean las más útiles, en cada caso, dependiendo de la manera como se ha construido el objeto de estudio: si tienes que diferenciar entre más y menos de la presencia de un atributo, lo más probable es que tendrás que contar. Después de haber estudiado varios cursos de estadística multivariada, y de haber conducido algunas encuestas, estoy convencido de que las estadísticas son muy útiles, … cuando son útiles, aunque no siempre lo son. Aquí narro también cómo el haber realizado una investigación de posgrado consistente en una comparación de la investigación llamada “administrativa” y la llamada “crítica”,1 me llevó de la mano a una posición cada vez menos maniquea. Sin embargo, la postura crítica nunca la he abandonado, como se puede ver aquí.

¿Qué es la crítica en el análisis social?

Muchos compartimos la convicción de que incluso los términos más “técnicos” pueden ser, o simplemente son, en alguna medida polisémicos o multívocos. Así sucede con la expresión “la crítica” (“lo crítico”). El significado común del vocablo “crítica” se puede referir a algún tipo de evaluación, usualmente realizada a partir de ciertos parámetros de valor, o reglas más o menos compartidas. Así, por ejemplo, se habla de la crítica literaria, o cinematográfica, o artística (“estética”), más en general. Prácticamente en cualquier ámbito se puede instaurar “la crítica” (en este caso, la palabra referida a quienes la ejercen, por ejemplo: ¿Cómo recibió “la crítica” nuestra película?). Entonces, desde este punto de vista, la crítica sirve para proponer que algo es positivo, correcto o bueno en algún respecto, de acuerdo con algunas convenciones o acuerdos más o menos consensuados; y desde luego también para lo contrario.

La “crítica social” nos auxiliaría para evaluar lo positivo o lo negativo en la sociedad, tanto para individuos como para grupos, clases u otros agregados. Esta “crítica social” nos puede auxiliar para señalar problemas, conflictos o contradicciones sociales, para eventualmente proponer cambios, soluciones o salidas. Por otro lado, es imposible en las ciencias sociales deslindarse completamente de las posiciones, los intereses y los debates políticos e ideológicos. Siempre está en el trasfondo la imagen que tenemos de la “buena sociedad”.No obstante, , hay formas de intentar contrarrestar (relativamente) el peso de las posturas ideológicas en el investigador. He comenzado algunos trabajos, por ejemplo, uno sobre estudios del desarrollo (Sánchez-Ruiz, 1986) y otro sobre el tema de los medios y la democracia (Sánchez-Ruiz, 2005a), haciendo la aclaración de que hay asuntos de las ciencias sociales —como estos mismos, el desarrollo y la democracia—, en los que no se puede prescindir de la “opinión” del investigador sobre lo que constituye la “buena sociedad”. En general, la utopía y la ideología son componentes prácticamente ineludibles de las ciencias sociales, en el punto de partida, aunque el rigor teórico y metodológico y una ética científica puedan ayudar a compensar la actitud valorativa que podría ostentar uno en un principio. En primer lugar, hay que dejar que sean preguntas, no certezas previas, las que guíen la investigación. Se necesita ejercer honestidad intelectual, autocrítica, autorreflexividad, vigilancia epistemológica (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1975). Es menester conocer y ejercer rigurosamente técnicas de investigación, lógica(s), métodos. Considero que la creencia positivista de que se puede ser un científico social ideológicamente “aséptico”, es una quimera. Pero también deslindo mi quehacer como analista social del de algún tipo de “prédica” de verdades eternas y puntos de vista absolutos, esenciales, o totales.

Algo muy parecido a esto que hemos llamado “crítica social” se cuenta entre las llamadas acepciones “vulgares” de crítica que refiere un estudio histórico del desarrollo filosófico del término (Leal, 2003). En todo caso habría que diferenciar entre una postura crítica, “rebelde”, más o menos normal en etapas juveniles, pero no necesariamente basada en datos, informaciones o interpretaciones sistemáticas sobre la sociedad, y las que se pueden fundamentar teórica, ética y empíricamente en el ejercicio reflexivo y autorreflexivo de las propias ciencias sociales. Por otro lado, mantenemos la postura sobre que la opinión de que la historia habría “llegado a su fin” (Fukuyama, 1992), por el aparente cumplimiento de la utopía neoliberal (en lo económico y en lo político), resultó falaz, lo que se comprobó con la tremenda crisis de fines del primer decenio del siglo XXI. También recordemos que, por lo menos en una de las interpretaciones dogmáticas del marxismo, se creyó que con el advenimiento del orden comunista iba a ocurrir algo similar a ese “fin de la historia”. Sin embargo, la sociedad es histórica porque está en constante autoconstrucción y reconstrucción. Siempre hay posibilidades de mejoría (aunque, también y desafortunadamente, de autodestrucción). Entonces, la conciencia de la historicidad, del cambio constante, es una fuente fundamental de la naturaleza crítica de las ciencias sociales (Sánchez-Ruiz, 1992). Paul Sweezy (1970) comentaba que:

[…] el carácter específicamente histórico (es decir, transitorio) del capitalismo es una premisa mayor. Es en virtud de este hecho que el marxista es capaz, por así decir, de salirse del sistema y criticarlo como un todo. Aún más, ya que la acción humana es en sí misma responsable por los cambios que sufre y sufrirá el sistema, ello es moralmente significativo —como no lo sería, por ejemplo, una actitud crítica hacia el sistema solar, cualesquiera que sean sus defectos— y, finalmente pero no menos importante, prácticamente relevante. (p. 22)

Hasta aquí hemos hablado de la crítica social, refiriéndonos a aquella que considera a la sociedad en si misma o en tanto objeto de reflexión. Pero hay otra dimensión fundamental de la crítica: aquella que se refiere a lo que se ha escrito sobre el devenir sociohistórico. Leal (2003) menciona otra acepción vulgar del término “crítica”, con la que en lo general tiendo a coincidir en su apreciación, cuando por ejemplo “[…] vemos con frecuencia en nuestros estudiantes la tendencia a ‘criticar’ a los autores y textos que leen”. Incluso, algunos profesores estimulan este tipo de actitud, pero que no se basa en el conocimiento amplio y profundo2 de los autores y textos “criticados”, sino en formulismos y básicamente en algún grado de ignorancia: “Siendo estudiantes, la opinión sobre si el autor dice algo correcto o incorrecto estará necesariamente muy poco informada o muy mal informada, con lo que el juicio sobre la verdad o falsedad de lo dicho en el texto tendrá muy poco o ningún valor” (Leal, 2003, p. 258).3 Una forma de contrarrestar aquel tipo de “crítica ignorante”, es lo que los filósofos griegos de los tiempos de Aristóteles llamaron “crítica”, entendiéndola como erudición.

¿Cómo se logra ser crítico en ese sentido original? A través del conocimiento amplio y profundo de la historia de los autores, los libros, las copias, las ediciones, y las ideas y sistemas de pensamiento que en esos autores, libros, copias y ediciones se van transmitiendo a la posteridad, se van conservando en la memoria colectiva y van impulsando la tradición intelectual de una cultura o, si se prefiere, las tradiciones intelectuales de todas aquellas culturas que, de una manera u otra, se reclaman de un común origen. (Leal, 2003, p. 247)

Por medio de esta disciplina y formación, dice Leal (2003), se llega al discernimiento de los buenos y los malos textos, de los autores que “escriben y piensan bien de los que escriben y piensan menos bien” (p. 246). Este primer sentido, sin embargo, es demasiado exigente, a menos que uno sea filósofo. No se puede exigir a quienes no somos filósofos que ejerzamos o actuemos como tales. Pero sí se puede exigir que, si se critica algo, se le deba conocer en alguna medida, lo mejor posible. Lo que el autor aludido considera el “primer sentido moderno” de la crítica filosófica, tiene origen en una adición semántica que debemos a Kant: “Consiste en delimitar […], en encontrar y establecer los límites de la razón o, más generalmente, de las capacidades e incapacidades del aparato cognitivo humano” (p. 251). Es, digamos, un sentido epistemológico del concepto y habría una cierta transición “de una empresa cada vez menos filosófica y cada vez más científica” (p. 252). Y, por último , una ampliación al concepto de crítica como “erudición científica”, que evolucionará según el recuento de Leal, de Bacon a través de Voltaire hasta Comte, Tocqueville, Marx y finalmente los sociólogos clásicos:

Que el pensamiento, el conocimiento y la razón están determinados por las circunstancias materiales, sociales, económicas y tecnológicas en que surge; con otras palabras: que no hay una historia de las ideas independientemente de la historia material, social, económica y tecnológica de la humanidad. (p. 255)

Cabría añadir también el aspecto político, que diversos pensadores, señaladamente Karl Marx entre ellos, indican como un factor fundamental, que interactúa con los procesos de producción de conocimiento e interpretación del mundo. Hay aquí algo de las nociones de “episteme” que describimos en otro lado (Sánchez-Ruiz, 2011), las cuales, desde luego, se originan en interacción con las condiciones históricas y sociales de cada época. Creemos que este es precisamente el espíritu de este escrito. Entre los factores históricos, sociales y políticos —añadimos— se encuentran los intereses (individuales o colectivos) de los mismos investigadores, que pueden o no coincidir con los intereses y los privilegios de los actores sociales, individuales o colectivos, sujetos de estudio. Los “epistemes” o “climas de opinión” predominantes son otras circunstancias que hay que tomar en cuenta, en esta otra acepción de análisis crítico. Estos y otros aspectos han sido escudriñados desde enfoques de sociología de la ciencia o del conocimiento (Manheim, 1936; Merton, 1979; Therborn, 1980); o desde aproximaciones historicistas a la filosofía de la ciencia (Kuhn, 1970; Lakatos, 1980; Laudan, 1977), que algunos estudiosos han denominado “pospositivistas” (Velasco Gómez, 2000). Se trataría de precisar desde ideologías de clase, o “comunidades ideológicas” (Therborn, 1980), hasta comunidades paradigmáticas y tradiciones de investigación (Kuhn, 1970; Laudan, 1977).

Son entonces dos los principales sentidos en los que se entiende la ciencia social crítica latinoamericana: por un lado, lo que hemos denominado “crítica social”, en la que partiendo de la historicidad del objeto de estudio y de enfoques enriquecidos con una aproximación histórica, a partir de la investigación empírica rigurosa se es capaz de mostrar los obstáculos y las contradicciones que impiden el desarrollo más pleno de los sujetos sociales y humanos. Por otro lado, en el sentido filosófico, original, de crítica como el conocimiento amplio y profundo de autores y textos, enriquecido a la vez con la acepción más moderna que toma en cuenta las condiciones históricas, materiales, de producción de tales textos. Sin llegar al extremo de la exigencia de la crítica como erudición en el primer sentido, estrictamente filosófico, que discute el autor que mencionamos antes (Leal, 2003), pero consideramos razonable exigir que, si alguien “critica” a un autor, o una teoría, un enfoque o modelo, o una técnica o método de investigación, por lo menos los deba conocer de manera directa y más o menos profunda. Desafortunadamente algunos estudiantes de ciencias sociales se convierten en críticos de acercamientos y concepciones que ignoran y solamente los conocen a partir de descripciones prejuiciadas y caricaturizadas, de profesores o autores con frecuencia igualmente ignorantes o prejuiciosos. La ciencia social suele obedecer a convenciones de rigor y disciplina, de fundamentación, sistematicidad y solidez (epistemológicas, teórico-metodológicas, técnicas). Hay entonces en la crítica, en este sentido, una dimensión epistemológica, lógico-argumentativa, metodológico-técnica, teórica eideológica. Hagamos un resumen, entonces, de algunos aspectos que tendría que presuponer la investigación crítica:

Presupuestos fundamentales de la investigación crítica:

La crítica antimaniquea y antidogmática

Recuerdo cuando estudiaba el posgrado (y quizás desde un poco antes), cuando buscaba yo resolver, igual que muchos otros, cuál era La función de los medios en la sociedad: ¿Era ideológica o económica?,4 En principio, el presupuesto era que se trataba de una sola. Desde luego, pensábamos que, al dar cuenta de La función, nos acercaríamos a “la esencia” de los medios. Pero poco a poco, nos fuimos dando cuenta de que en realidad los medios, como cualquier otra institución social, operaban en diversos planos y de diferentes maneras; es decir, que cumplían más de una función en el transcurso histórico-social. Recuerdo cómo mis esquemas y apuntes representando la(s) función(es) de los medios fueron creciendo en número y complejidad. Las preguntas iban multiplicándose y las certezas, si bien no necesariamente decrecían al mismo ritmo, sí se volvían relativamente más “borrosas” e inseguras. Por cierto, no se trataba solamente de mis elucubraciones teóricas, sino del intercambio continuo, de ida y vuelta, de los conceptos y los modelos con las evidencias histórico-empíricas. Lo económico de los medios no solamente era la publicidad, o la venta de públicos por medio de ella, puesto que hay productos culturales que se venden directamente a los usuarios-receptores, además de que otros medios lo que ofrecen en el mercado mediático son “servicios de esparcimiento”, o informativos, incluso educativos, etcétera. Además, en el caso de lo económico, me fui dando cuenta de que operaba al nivel de las empresas (requerimientos financieros, laborales, tecnológicos, cadenas de suministros, de valor, etc.), así como a nivel de ramas y sectores (radio, industria audiovisual, las estructuras de mercado, la concentración) y, desde otra perspectiva, a escala local, regional, nacional, global.5 En fin, no solamente resultaba que no había una función (una “esencia”), sino que cada dimensión a su vez era compleja, múltiple y cambiante. Las perspectivas de análisis podían, o quizás, debían ser cambiantes también. Por ejemplo, en mi tesis doctoral yo me preguntaba cuál había sido la contribución de la televisión al proceso de acumulación de capital en México, desde el surgimiento del medio, hasta principios de los 80. Es decir, cómo había contribuido la televisión al proceso de desarrollo capitalista. El enfoque al principio era “economicista”, en virtud en primer lugar de las preguntas punto de partida, además, porque tenía yo mucha influencia del marxismo académico, del enfoque dependentista y de la teoría social crítica latinoamericana. Obviamente, el desarrollo de la publicidad televisiva sería un aspecto central de la investigación. Incluso, desarrollé una serie de análisis econométricos, mezclando mi perspectiva con el enfoque de organización industrial,6 para mostrar el papel de la publicidad en algunos sectores económicos mexicanos, en diferentes momentos del tiempo. Pero al cabo del análisis histórico-empírico, fui cayendo en la cuenta de que en realidad la publicidad no tenía tanto peso como variable que influyera en la tasa de ganancia del sector de bienes de consumo (ni en el de consumo final, ni en el de consumo duradero), menos (mucho menos) en el sector de bienes de producción. En aquellos años, era un lugar común el dar por sentada la importancia de la publicidad en el proceso de acumulación, al acelerar el consumo (la “realización del valor”) de las mercancías. Pero la indagación me llevó a concluir que la publicidad en realidad era solamente una entre varias posibles estrategias para la venta de las mercancías, y que había otras tácticas más generalizadas y efectivas, dependiendo del tipo de bienes o servicios y de los mercados. Al mismo tiempo, el análisis fue dando mayor peso a factores políticos, a la articulación del entonces monopolio privado de la televisión con el Estado mexicano y su surgimiento como factor de poder (“poder fáctico”, le llaman ahora). A partir de la interacción con las evidencias históricas y el enriquecimiento conceptual, mi estudio terminó mostrando que fue relativamente más importante el papel de reforzamiento de las estructuras de poder en el proceso de desarrollo del capitalismo mexicano de la segunda mitad del siglo XX, que su rol como “productor-promotor del consumo”, que era lo que se suponía en las hipótesis principales originales. Finalmente, mi conceptuación dio lugar a varias funciones, a partir de diversas dimensiones de la operación histórica del medio: Lo ideológico-cultural en este caso, tuvo solo que presuponerse en la indagación (pero se apuntaló con una revisión amplia de literatura); lo económico siguió siendo importante, pero no lo único, y se comprobó que lo político fue igual o quizás un poco más importante en el proceso histórico del desarrollo capitalista mexicano (Sánchez-Ruiz, 1983).

Por esos años tenían mucha presencia en las ciencias sociales latinoamericanas y europeas, enfoques estructuralistas que presuponían, en el extremo (y en una exageración), que los actores sociales éramos solamente “portadores” de estructuras; que estas nos “determinaban” (en un sentido efectivamente muy “determinista”). En el otro extremo, las ciencias sociales empiristas de procedencia principalmente estadounidense, partían de un “individualismo metodológico” que a su vez suponía una libertad casi absoluta por parte de los sujetos sociales individuales. El dilema teórico-metodológico era en principio: ¿Acción individual libre o determinismo estructural? En el estudio histórico fui descubriendo las interacciones de los sujetos individuales y colectivos, insertos en las instituciones sociales, a su vez en intrincada interacción con las grandes estructuras sociales (la economía, la política, la cultura). El muy respetado sociólogo C. Wright Mills (1974) le llamó a esta visión más compleja que cualquiera de aquellos extremos, imaginación sociológica: De ahí concluí en que había que concebir la interacción compleja entre las biografías, las instituciones y las estructuras sociales, en el devenir histórico. Básicamente, lo que hoy está de moda referir como la dialéctica entre agencia y estructura, en el proceso de estructuración social.

Pudiera ser, no estoy seguro, que mi gran descubrimiento de entonces sea ahora ya una especie de lugar común: El objeto de indagación es complejo, como lo es el objeto concreto, histórico. Pero en realidad, esta concepción ha sido pensada previamente. Por ejemplo, más de un siglo antes, sostenía Karl Marx: “Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, es decir, unidad de lo diverso”. Como suele ser el caso en muchas áreas del conocimiento y del pensamiento, ya algunos filósofos griegos prefiguraron unos cinco siglos antes de Cristo lo que pomposamente se han llamado “ciencias de lo complejo” en la contemporaneidad (Martínez-Álvarez, 2007). El problema es que con mucha frecuencia se encuentra uno planteamientos retóricos sobre la complejidad, que luego hacen análisis unidimensionales o unicausales (o, simplemente, simplificadores), como muchos colegas que a fines del siglo pasado reducían a los medios a su dimensión cultural, a pesar de que afirmaban partir de algún enfoque de supuesta “complejidad”.

Primera conclusión provisional (repetición machacona): si la realidad social es compleja y cambiante, no hay un solo punto de vista, una teoría o una visión disciplinaria única que pueda dar cuenta de toda ella. Parece ser que sufrimos a veces esa suerte de “regresión” a etapas de pensamiento simplificante, unidimensional y esencialista que, a su vez, suele tender también al maniqueísmo. Es decir, que se tiende a pensar que hay solamente “de dos”: nosotros los (totalmente) correctos y ellos los (totalmente) equivocados (o nosotros “los buenos” y ellos “los malos”). Quizás valga la pena que les exponga muy rápidamente cómo llegué a esta postura antimaniquea.

Por una cuestión biográfica en alguna medida “accidental”, yo partí a estudiar una maestría en Comunicación y Desarrollo a Estados Unidos, a un departamento académico que tenía cierto “abolengo” (fue fundado por Wilbur Scharmm), en una de esas universidades a las que yo digo de broma que es “casi imposible” entrar (aunque “salir” es también difícil). El Instituto de Investigación de la Comunicación de la Universidad Stanford era muy reconocido por sus contribuciones a la investigación empírica, dentro del esquema predominante en ese país (el empirismo, que simplistamente solía ser llamado “funcionalismo”). Sin embargo, como indiqué antes, yo tenía mucha influencia de las ciencias sociales críticas predominantes por los 60 y 70 en América Latina. Debo confesar que llegué con una serie de prejuicios al nuevo ámbito universitario. Un primer aprendizaje, importante, que tuve en la interacción académica, fue que los investigadores de la comunicación estadounidenses (y más en general, los científicos sociales) no eran tan simplones y casi tontos como se les solía representar en algunos análisis “epistemológicos” que se solían hacer por acá en Latinoamérica, en aquellos años, los cuales solían comparar al “funcionalismo”, el “estructuralismo” y el “marxismo” de manera muy esquemática y sesgada. En Estados Unidos hacia el fin de los 70 y principios de los 80 , el llamado “estructuralismo” (dentro de la investigación de la comunicación) prácticamente no existía. Por otra parte, muy pocos investigadores con los que interactué directamente o por medio de lecturas, se reconocían como “funcionalistas”. Debido a que yo frecuentemente polemizaba con respecto a las posturas ideológicas de algunos autores y teorías, mi asesor de la maestría, Everett M. Rogers, me sugirió que realizara como tesis del posgrado una comparación entre la llamada investigación crítica (critical research) y la llamada “administrativa” (administrative research). El ejercicio consistió en comparar las descripciones que cada enfoque hacía sí mismas, incluyendo el conocer la manera en que cada uno ejecutaba sus prácticas investigativas, y, por supuesto, dar cuenta de las descripciones mutuas. Utilicé algunas herramientas de la filosofía de la ciencia anglosajona, como desde luego el concepto de “paradigma” de Thomas Kuhn y, especialmente, la Metodología de los Programas de Investigación Científica de Imre Lakatos.

En resumen, me asombró la enorme diversidad al interior de cada enfoque: en el mundo no existía un monolito homogéneo de prácticas de investigación llamadas “investigación administrativa” o empirismo (o funcionalismo, o positivismo); pero tampoco una comunidad más o menos homogénea de seguidores de un sólo enfoque crítico. En Estados Unidos, algunos académicos creían que el único enfoque crítico existente era la llamada critical theory de la Escuela de Frankfurt, a la cual describían —sospecho que con razón— como haciendo más bien filosofía y escribiendo “libros de libros”, sin realizar mucha investigación empírica. Sin embargo, en Latinoamérica, por ejemplo, esta no era tan utilizada como marco para la investigación concreta (aunque las contribuciones de Adorno y Horkheimer no eran desconocidas). En nuestras ciencias sociales predominaban algunas variantes del marxismo académico, incluyendo desarrollos más o menos propios como el enfoque de la dependencia (con ciertas aplicaciones en términos de “dependencia cultural” o de “imperialismo de medios”). Aunque lo que me asombró mucho más fueron las caricaturizaciones mutuas: uno y otro enfoque solían describir al otro en términos muy simplificados, con mucha frecuencia refiriéndose a caracterizaciones más bien antiguas. Pero al leer los mejores trabajos de investigación empírica o de teorización, lo que encontré fue que lo mejor de cada uno de ellos sí aportaba cosas (ideas, hipótesis, interpretaciones, datos-hallazgos). No se trataba de que uno de los dos estuviese completamente equivocado y el otro no. En todo caso y dada la diversidad, se podría pensar en una gama de aportaciones y de equivocaciones, más que de un punto (o de una raya) a partir del cual se colocaran unos y otros, unos con la verdad y los otros sin ella. No se trataba de los buenos y los malos. Ambas aproximaciones tenían aspectos que aportaban, al lado de cuestiones no tan claras. Desde luego que, a mí, el enfoque dialéctico me siguió pareciendo el más “potente”, sin suponer que era la llave de la verdad completa. De ahí que elegí el camino de la indagación crítica en mi carrera profesional como investigador.

Colofón

Una característica fundamental de la investigación social latinoamericana ha sido su postura de crítica social ante realidades históricas injustas y desiguales. Queremos —por lo menos algunos de nosotros— seguir siendo libremente críticos. Creo que debemos seguir siendo críticos, en el sentido descrito aquí, como también debemos seguir deseando —y tratando de— ser socialmente útiles. La tensión esencial de las ciencias sociales radica en que tenemos —o debemos tener— un compromiso con el rigor científico y con la verdad, al mismo tiempo que tenemos —o debemos tener— un compromiso con el cambio social hacia la libertad, la equidad y la justicia sociales. La nueva situación que enfrentamos nos confronta con la necesidad de nuevas definiciones de la actividad investigativa, menos maniqueas, dogmáticas y radicales, sin perder el espíritu crítico y en última instancia utópico. Los retos y las tareas pendientes son muchas para los investigadores sobre los medios de difusión, en la medida en que los cambios tecnológicos e históricos son vertiginosos en la actualidad.

Pero yo creo que hay una serie de exigencias que es imposible soslayar:

  1. La investigación de medios debe ser rigurosa. Debemos aprender a usar técnicas y métodos de indagación y dejar de pretender que una sola teoría o un rollo abstracto, por sí mismo, nos va a explicar o a ayudar a comprender cómo operan históricamente los medios, o cualquier otra institución social.
  2. Es fundamental que la investigación empírica de medios interactúe con teorías, ya sea de las llamadas “de la comunicación”, como con teorías más generales de las ciencias sociales, para que la investigación no caiga en un empirismo ciego y permita generalizar y relacionar los hallazgos con conceptos y hallazgos de otro orden.
  3. La investigación sobre medios debe buscar ser socialmente útil y pertinente, en un sentido amplio: tan útil es proveer de conciencia histórica a los profesionales de medios con estudios historiográficos o histórico-estructurales, de su devenir y operación social, como fundamentar procesos de educación crítica para la propia recepción, o como el proveer información y conocimiento críticos para las políticas públicas y para la toma de decisiones. Pero repetimos:
  4. Es también esencial que la investigación sobre medios en América Latina siga siendo crítica y propositiva, y que siga buscando contribuir a generar formas de desarrollo más justas y equitativas, para las mayorías desamparadas por las inhumanas políticas neoliberales.

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1 Me refiero a cierto sentido particular, en ambos casos (“administrativa” y “crítica”), ubicable en el tiempo y el espacio en que se realizó la investigación. Por ejemplo, en Estados Unidos, de los años 40 a los 80 predominó mucho la denominación “investigación —o teoría— crítica” para referirse principal, si no únicamente, a la Escuela de Frankfurt, por eso lo entrecomillo (Lazarsfeld, 1941).

2 Lo más amplio y profundo posible.

3 Yo diría “relativamente”, en lugar de “necesariamente” poco informada.

4 Lo cual generó más de una polémica. De mucho interés fue el “coloquio” publicado en 1995 por Critical Studies in Mass Communication, a partir de una provocación de Nicholas Garnham, con comentarios de Lawrence Grossberg, James W. Carey y Graham Murdock. Se mencionan solamente como un botón de muestra.

5 Según la articulación de un medio (o de su público) a los diversos niveles o “mercados”. Los economistas, por ejemplo, usan los términos micro- y macroeconomía en este sentido.

6 Un enfoque microeconómico originado en la economía neoclásica. Lo menciono porque para entonces ya había caído en la cuenta de que no podía, ni iba a encontrar todas las herramientas conceptuales o metodológicas solamente en el enfoque del que había partido, del marxista. Había que producir síntesis creativas, a partir de lo que se puede denominar un eclecticismo crítico.